Por Juanito el del Demo
Iron Maiden
The Final Frontier
Sony Legacy
Cada inicio de década, Iron Maiden ha lanzado un álbum que ha caracterizado el curso de la banda: en 1980 Iron Maiden auguraba un gran comienzo, en lo que fue la década más prolífica del grupo; en 1990 No Prayer for the Dying –con la salida de Adrian Smith–, presentaba a un Maiden en pleno declive artístico; en 2000 Brave New World –con el regreso de Bruce Dickinson y el mismo Smith– ostentaba el retorno de la agrupación en plena forma, para volver a ser un acto de primer nivel, de mano de su nuevo productor Kevin Shirley; en 2010 The Final Frontier ciertamente nos presenta a un Maiden diferente, pero la vez, muy reconocible.
Después de haber sido la agrupación más influyente de los ochenta, Maiden prácticamente desapareció tras Seventh Son of a Seventh Son; por ello, cada uno de sus lanzamientos en la década de los 00's ha sido recibido con escepticismo, a pesar de haber retomado el camino en el punto en el que se quedaron en 1988. Pese a todo, la doncella de hierro ha continuado evolucionando, cuando bien podrían haberse apegado a la misma fórmula –como han hecho tantas bandas–, o peor aún, tratar de volver su sonido más aceptable; parte de esta renovación se debe en buena medida a lo ejercitado por Adrian Smith durante su tiempo fuera del grupo, pues ha retomado su lugar como mancuerna importante para Steve Harris en la mayoría de las composiciones, con su estilo metódico y técnico. De esta manera, The Final Frontier se presenta como un álbum muy complejo y difícil de asimilar; lo primero que llama la atención es su duración: mientras las diez canciones de Killers pasaban los 38 minutos, las diez canciones de Final Frontier rebasan los 76 minutos –prácticamente el doble–, lo que lo convierte en su disco de estudio más largo; con ello se entiende que las canciones tienen un tratamiento muy distinto, lo que se siente especialmente en Isle of Avalon, tema de texturas más ambientales, o en Mother of Mercy, una composición progresiva de desarrollo muy extenso; a pesar de estos retoques, la banda retoma varios elementos clásicos de su estilo: la introductoria Satellite 15 es una poderosa muestra rítmica de la incansable batería de Nicko McBrain; El Dorado contiene el clásico galope en el bajo de Steve Harris; la fuerza y pasión con las que canta Bruce Dickinson en Coming Home nos remontan a la añeja Revelations; Starblind posee las sofisticadas alternancias en la afinación de las guitarras que caracterizan a Adrian Smith; en The Man Who Would Be King, Dave Murray hace gala de su ya famoso legato (técnica que consiste en la sucesión de varias notas ligadas, algo que Murray aprendió de Jimi Hendrix y que inmortalizó en temas como Phantom of the Opera y The Trooper). Líricamente, The Alchemist continúa el interés que reflejó Bruce por la alquimia en su álbum solista, The Chemical Wedding, y podemos ver reflejadas las clásicas preocupaciones existenciales de Harris en temas como When the Wild Wind Blows. En cuanto al aspecto visual, el arte nos ofrece un Eddie grotesco y ajeno, más próximo a las ilustraciones del trastornado suizo H. R. Geiger que a la creación original de Derek Riggs.
Por supuesto, muchos de los nuevos elementos sorprenderán a ciertos escuchas que ya se han formado una preconcepción de cómo debe sonar Maiden, y si bien es una placa que no será asimilada a la primera escucha (porque es un hecho que no lo será), puede dejar una gran satisfacción si se toma con calma y paciencia. En verdad, después de más de 30 años en la escena, resulta sorprendente que una banda de esa edad toque de esta manera; sin duda la nostálgica gira de Somewhere Back in Time los revitalizó a la hora de regresar al estudio. Adelante Maiden, por una nueva década; para qué desperdiciar el tiempo añorando los años idos, cuando se están viviendo los años dorados.