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Baroness – Blue Record

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Por Juanito el del Demo

Baroness
Blue Record

Relapse Records

Con un par de EP’s conocidos como First y Second, y un par de álbumes titulados Red Album y Blue Record, uno podría pensar que la creatividad de Baroness no se encuentra en muy buena condición; no obstante, este cuarteto de Savannah, Georgia ha logrado sobresalir de manera distinguida y triunfante, dignos del título nobiliario que ostentan —al respecto, el término “barón” viene del francés antiguo y significa “hombre libre” o “guerrero libre”, algo totalmente congruente con el estilo épico que despliegan orgullosamente—.

Lo primero que llama la atención de la obra en conjunto es la portada; cualquier transeúnte podría llegar y comprar este álbum únicamente por lo atractivo del arte: un par de mujeres despojadas de sus ropas, de carnes voluptuosas, rodeadas de fauna y vegetación en tonalidades azules, con un aire nostálgico de art nouveau. Lo sorprendente, es que el autor de las portadas de Baroness es su propio vocalista y guitarrista John Dyer Baizley, quien además de las cubiertas para su propia banda, ha creado el arte para discos como Deliver Us de Darkest Hour, Static Tensions de sus paisanos Kylesa, In Return de Torche y Phantom Limb de sus compañeros de sello Pig Destroyer, entre otros, con un estilo, además, bastante reconocible por su colorido armónico. Un gran artista, en definitiva.

En el terreno principal —que es el musical—, Baroness se desenvuelve en el subgénero del sludge metal, un estilo atascado que ha encontrado sus principales representantes en el sur confederado de los Estados Unidos, en específico con bandas de Nueva Orleáns como Crowbar y Eyehategod, y en los también nativos de Georgia, Mastodon, con quienes Baroness tiene varias semejanzas, pues han expandido sus composiciones al nivel de obras progresivas, alterando sus ritmos, timbres vocales y tiempos, al grado de lograr transmitir una gran cantidad de sensaciones y estados de ánimo, pero siempre regresando al terreno de los riffs intensos de la guitarra de Baizley y los ataques rabiosos de tambores de Allen Blickle, respaldados por la precisión en el bajo de Summer Welch; tal vez las canciones que mejor ejemplifiquen esta tendencia progresiva sean Swollen and Halo, O’er Hell and Hide y The Gnashing; aunque muchas de las evoluciones también se dan a través de las pequeñas piezas que sirven como transiciones entre temas: Bullhead’s Psalm, Steel that Sleeps the Eye, Ogeechee Hymnal, Blackpowder Orchard y Bullhead’s Lament, gracias a las cuales los matices alcanzan un colorido equiparable al del mencionado arte de la portada. Llama la atención el solo de guitarra de The Sweetest Curse, con un sonido muy al estilo de Brian May de Queen, haciendo eco a la realeza de los ingleses, heredada de una reina a una baronesa. La alineación la completa Pete Adams, guitarrista apenas reclutado para este álbum, pero que conoce al resto del grupo desde sus días escolares, por lo que su participación e integración en las complejas composiciones se dio de manera fluida y natural.

Las letras, como es de esperarse, hablan de reyes, caballos y espadas, en un tono épico similar al de los nativos de Austin, Texas, The Sword, pero aunque el espíritu del disco sea homogéneo, no sigue en realidad una línea conceptual. Si las cosas siguen su curso, probablemente la próxima producción de Baroness se titule Green Work, pero independientemente del título, el verdadero reto consistirá en que logren mantener el nivel mostrado hasta ahora.

Sigh – Scenes From Hell

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Por Juanito el del Demo

Sigh
Scenes From Hell

The End Records

Scenes from Hell es el octavo disco de estudio de Sigh, pero ¿quiénes son en realidad? Para empezar, se trata de una banda de black metal japonesa, que comenzó su trayectoria en 1993 en la disquera de Euronymous llamada Deathlike Silence Records… dados estos antecedentes, el escucha debe quedarle claro que Sigh no sería la primera elección para amenizar un bautizo (a menos que tu hijo vaya a llamarse King Diamond); en efecto, se trata de música extrema realizada por músicos en realidad virtuosos, pero poco convencionales.

La primera impresión al escucharlo es la de tener en nuestro reproductor a un heredero de Dimmu Borgir —banda que ha construido muchos cimientos en el terreno del black metal sinfónico—; sin embargo, después de exactamente 55 segundos, nos damos cuenta de que hay mucho más atractivos que subyacen escondidos en las profundidades de esta escabrosa y desconcertante obra, de la que brotan espontánea y sorpresivamente elementos ajenos al rock, como saxofones, danzas folclóricas, orquestas pueblerinas y pasajes de jazz; pero también llama fuertemente la atención la inclusión de guitarras de rock de los sesenta u órganos sicodélicos —lo que resulta aún más drástico—, con lo que la mente maestra de la banda, Mirai Kawashima, nos mete a la fuerza en su mundo retorcido y asfixiante.

Conceptualmente, el álbum es un recorrido desde la agonía de su protagonista hasta su arribo al averno, que comienza con las visiones apocalípticas de Prelude to the Oracle y culmina con el tema que da nombre al disco, Scenes from Hell, con títulos referentes a tumbas y funerales de por medio, creando únicamente con música una serie de imágenes mentales que envidiaría Tim Burton para su desabrido País de las Maravillas. Muchos de los pasajes dan la impresión de haber sido inspirados por la banda sonora de alguna alocada película de ambiente surrealista de Fellini o de Kusturica, y ciertamente, para vislumbrar la residencia de Satán, parece lógico que nuestra mente se despegue de la realidad conocida, en un estado de vigilia.

Aunque en realidad no guardan ninguna semejanza con otros de sus paisanos, vale la pena considerar el acercamiento tan poco ortodoxo que los músicos asiáticos tienen respecto a cualquier forma artística, pues si bien en la cuestión del rock han asimilado el espíritu occidental (siendo, en específico el black metal, un estilo netamente europeo) lo han re-elaborado y adaptado a su manera.

Tanto delirio puede resultar perjudicial para la estabilidad mental del escucha, pero en las dosis adecuadas resulta como un estimulante traído del lejano oriente, que durante 43 minutos nos hará vislumbrar ocho escenas bastante explícitas del destino que nos aguarda a quienes no hemos llevado una vida apegada a las normas morales dictadas por el Vaticano. Nos vemos allá.